sábado, 18 de febrero de 2012

UN CUARTETO SIN GEOMETRÍA. Julián Sánchez Caramanzana

                                                                                                                                            
Aquel Sant Joan estuve a punto de quemarme. Además hizo mucho bochorno. Caminábamos a nuestro puto bolo por la confluencia de las calles Mallorca con el jersey de manga corta quitado. El “Gafas” estaba muy cabreado y se había metido más cubatas que de costumbre. Una pava del Hospitalet se había reído en sus morros por teléfono cuando el se le declaró y le pidió para “salir”.
Lo hizo desde una cabina telefónica cercana a “El Corte Inglés”, en la misma cera donde estaba el puto edificio Helena Francis. Nosotros le llamábamos “Helena Frankestein”. El “Gafas”, se jodió los nudillos  golpeando con rabia los vidrios. La tipa le dijo que no porque tenía que coger el Metro para verle. El pavo hubiera viajado en Metro 20 veces al día con tal de que ella no se molestase. La verdad es que el resto nos partíamos el culo de risay le decíamos que las pajas se las iba a hacer la gorda de su hermana.
Al “Gafas” le tenía yo mucho aprecio. No tenía “mucha letra”, como dicen los gitanos, pero era noble. Su padre le había “aostiado” desde pequeño y tenía una hermana, como decía antes, muy gorda y bajita a la que tratábamos de emborrachar siempre. Éramos unos hijos de puta, creo que yo el que más. Casi siempre le buscábamos un novio más feo y lelo que ella en las fiestas que organizábamos.

Por la calle Bailén nos encontramos con varios colegas. Algunos de la banda de chorizos, varios camellos que se “ponían las botas” esa noche y dos tíos muy divertidos de los que me hice muy amigo jugando a ping-pong y a futbolín.
Yo iba borracho y harto de exámenes. De toda la peña era el único que estudiaba y escribía, además, cuentos y poemas. Me respetaban hasta los jefecillos de la panda de “manguis”. No me tocaba ni “dios” cuando íbamos a un barrio, discoteca, local, o venía alguien al nuestro. De hecho me ligué ese año a algunas tías que estaban buenísimas. No muchas, unas cinco ó seis, pero me gusta recordarlo como la vieja del chiste violada de joven.

Esa noche me dio por hacer el gilipollas en plan Bruce Lee con un palo de escoba. Entrenábamos Karate y Kung-fu en el Parque de la Ciutadella con algunos amigos sábados y domingos. Nos reímos un montón. El “Gafas” se emocionó. Me quiso quitar el palo y acabó sangrando, sin querer, por una oreja. Era muy rápido con las manos en varios estilos de Kung-Fu, pero muy torpe y lento con las piernas.
Este tío “cobraba” demasiado. Trabajaba de botones en un hotel. Le íbamos a ver varias veces el “Gordo”, el George y yo, que formábamos el cuarteto más parecido a “los cuatro jinetes de la poca leche”, que no del Apocalipsis, y nos metíamos con las guiris y los encorbatados. Recuerdo que le quitaba la gorra del horrendo uniforme y me ponía a pedir pasta en la puerta. Nos dieron muchos “toques”. Pero es que pasaba el día en la calle leyera o no leyera, o estaba en clase, más bien haciendo campana, o jugándome pasta en los futbolines. Yo era muy pobre y ésta gente curraba y tenía guita. Yo me sacaba la “billetes” de maneras muy especiales.
Acabamos bailando alrededor de la hoguera George, el “Gordo” y yo. Al “Gordo” la gente le tenía amargado y la familia asfixiado. Se hizo comunista y algunos fachas le dieron de ostias. Volvió de la mili ciego de porros, destrozado de Ceuta, o de Melilla, ahora no recuerdo. Se hizo Testigo de Jehová y le perdí el rastro como a George, mi gran amigo, aunque eso como se dice en la 1º parte de la película “Conan el Bárbaro”, ya es otra historia.
Bailamos y saltamos aquella noche de Sant Joan. Tiré el palo a la hoguera y vi como se quemaba. Acerqué la mano y me quemé yo.
Poco a poco nos juntamos toda la gente. Tíos y tías. Petardos, cohetes, “piulas”. Se tiraba de todo y yo me agobiaba un montón. Poca gente de aquella queda ya. Coincidíamos en la calle, pero cada uno tenía su historia. Nosotros no robábamos, muchos de ellos sí. Empezaron con los porros y la
birra, luego más alcohol y a “picarse”. No pararon. Muy pocos se mantienen, o nos mantenemos, en pie.
El “Gafas” se casó, o se enrolló, con una chica muy cabal, simpática y currante. Fuimos todos muy amigos. Años y años de calles, correrías, lágrimas, ostias y muy buen rollo. Sospecho que a veces lloro más por ellos que por mí.
Después de aquel Sant Joan aprobé el curso. Seguimos yendo a las Planas en el tren y me declaré a una tía a la que vi seis veces. Me lo montaba más con su hermana. El “Gordo” comenzó a tener problemas chungos y por las tardes George y yo nos retábamos al futbolín y al ping-pong, o nos retaban. Él también fue cogiéndole gusto al billar y yo a quedarme todavía mucho más solo. Más tiempo para leer y para escribir. Sumados los días de mi vida en soledad hacen muchos años.

Barcelona, 2010

JULIÁN SÁNCHEZ CARAMANZANA

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