viernes, 9 de marzo de 2012

LA BOMBA. Josu Arteaga



Mi nombre no importa. Me llaman Jhonny. Soy hijo de un camionero navarro y de una extremeña. Mi viejo, que se ha pasado la vida entre Bilbao y Alemania, era un señor que me traía llaveros con luces y pósteres de equipos de fútbol y que me decía que estudiase y todas esas mierdas que deben decir los padres normales. Mi amatxu se cansó de Badajoz y de tener que besar las almorranas del señorito y ya en Bilbao se casó, fregó escaleras, limpió casas, parió dos hijos y puso las fotos de Txiki y Otaegui sobre los tres colores en el recibidor. Txiki era extremeño como ella. Cuando lo mataron lloró como si fuese carne de su carne. Eso decía.

Ella decía que en Euskadi se podía mirar al poderoso a los ojos. Tratarle de tú a tú. Mi madre era la mujer más fuerte del mundo con sus escasos metro sesenta. Tenía un bonito pelo negro y unos ojos más negros aun, además de dos pasiones: Los toros y el Athletic. Bragados, zainos y azabaches los unos y rojiblancos los otros. Disfrutaba del toro cuando volteaba al torero y la cuadrilla lo sacaba con el escroto descosido, camino de la enfermería. Al Athletic nunca le falto una vela los días de partido, al igual que cuando mi hermano y yo teníamos exámenes. Pero los leones necesitan cirios como morcillas de Burgos para ganar un partido y el único examen que aprobé en mi vida fue el de conducir. La teoría a la sexta y la práctica a la tercera. Una vergüenza para mi aita.

Mi vieja peleó como una jabata por nosotros. Ella fue rebajando sus pretensiones con los años. Al principio quería que estudiáramos una carrera para entrar en el banco de Vizcaya. Luego efepedos para a ver si entrábamos en altoshornos. En aquellos años todavía se podía aspirar a trabajar, aunque los de Euskalduna acababan de perder la primera de las batallas. Luego se conformaba con que estudiásemos mecanografía y euskera, para ser bedeles en un ayuntamiento. Pero tampoco. Nunca conseguí teclear con más de un dedo en aquella vieja Adler, que imprimía la k un poco por encima de las demás letras y las clases en aek se me pasaron fumando porros, del tamaño de la tabla del nor nori nork.

Un día pulí la máquina de escribir al Pelukas por dos talegos y mi vieja, la pobre, empezó entonces con la cantinela del graduado escolar en la escuela de adultos. Pero qué ostias. Lo que no puede ser no puede ser. Salimos vagos y torcidos y mi hermano y el menda nos hicimos aguadores. Cubríamos la calle mientras la peña hacía sus bisnes bajo los arcos de la Kultur. Allí aparecían los camellos y una legión de espantapájaros, intentando que al andar no se les saliesen los huesos de las junturas. Si veíamos algún julai con pinta de txakurra, dábamos el queo y aquellos yonkis de vida al ralentí, aceleraban el paso, se deshacían de la papela y aparentaban ser catequistas en recogimiento espiritual.

Yo cobraba en pasta. Al principio mi hermano también. Pero luego el hipódromo se instaló en su habitación y las apuestas siempre fueron contra él. Hablaba del fogonazo de la burbuja y después la muerte hervía en el culo de una lata de kas. A mi madre le convencimos de que era diabético. Pero las mentiras de un yonki son del tamaño de los castillos. Castillos de naipes. Castillos en el aire. Castillos de arena. Castillos desalmenados y con pies de barro. Se caen porque no tienen osamenta, ni carne, ni vergüenza para cimentarse. Son como la burbuja inmobiliaria de nuestros días. Se hinchan hasta que revientan y sale tanta mierda, que sólo puede ser tapada con más mentiras que se hinchan y explotan cada vez con mayor rapidez y hedor. Mi madre supo que no había insulina para aquella diabetes y debió de llorar, como cuando el gallego enano y con voz de maricona, fusiló a Otaegui y a Juan Paredes.

Antes de que hubiera un Proyecto hombre, sólo existían madres coraje capaces de todo por un hijo. Antes de este hoy estúpido y anestesiado, hubo desesperación pero también lucha. Tiempos salvajes y fríos que se llevaron a mi hermano, en menos de lo que se tarda en bajar una peli del emule. Esparcimos sus cenizas en el Pagasarri y vi como el aire las escupía lejos, aunque siempre he pensado que llevo parte de ellas en mi estómago. A veces me duele tanto que no me cabe la menor duda.

Podía haber sido de cualquier manera. Dando un palo, con un cóctel de neumonía y tuberculosis, con polvo de ladrillo en lugar de caballo turco, con un buco cocinado en gaseosa séptica o chutado bajo el tren de Plencia, sin poder levantar el chándal del rail. Pero se lo llevó el virus. Mucho antes de que los virus se propagasen con un simple e-mail, borrando los archivos del disco duro. El bicho le llamamos. Después se le dio nombre: VIH, SIDA, Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida. Todo ese rollo de términos, con el que pusieron apellido a la misma muerte de siempre.

Llegó a nuestra casa cuando nadie lo esperaba, como vienen los testículos de Jehová cualquier tarde a tocarte los cojones con la palabra de Dios. Antes de que los teléfonos perdieran su cordón en espiral y se llevasen a todas partes en un bolsillo. Antes de que la wikipedia tuviese respuestas para todo. Ni los lomos brillantes de la Espasa, ni Informe semanal, ni su majestad el rey en el discurso de Navidad, nos dijeron por que la muerte, nos follaba jóvenes y guapos.

Llamó a muchas puertas del barrio. Todos los que compartieron máquina, tuvieron el mismo destino y se les fueron secando las carnes y alargando las ojeras. Algunos fueron rápidos como el chupinazo de Marijaia, otros aguantaron algo más para nada. Mi hermano no quiso esperar al fin. Un día abrió la ventana y se reventó contra el suelo del patio interior. Era invierno, llovía a mares y había intentado pasar el mono atado a la cama con la ayuda de mi vieja, que juró que no lo iba a desatar por nada del mundo. Fue la primera vez en que mi amatxu flaqueó en toda su puta vida.

A mi padre le pilló en Hannover y mi madre pegó su pecho al portarretrato de Txiki y Otaegui. Meses después mientras recogía sus cosas en cajas, me encontré El almuerzo desnudo. Tenía subrayada tres palabras a lo largo de todo el libro. La misma palabra. Burbuja.

En sólo cinco años vi caer a mucha peña. Fue una guerra que iniciamos contra nosotros mismos. Nadie fue juzgado en el tribunal de la Haya por aquel holocausto. No hubo homenajes a las víctimas de aquel terrorismo. Amigos de los de antes del facebook de los huevos, de los que un día te llamaban por el portero automático con los dedos untados en nocilla y que años más tarde, seguían dándote el toque para que te bajases a fumar porros y escuchar la cinta de Leño. Amigos para compartir y para darse de ostias. Que te decían como escaquearte de la mili o a quien pillarle unos gramillos y que al día siguiente te quitaban a la novia. Amigos de verdad. Me faltan dedos y manos para contarlos a todos, pero nadie puso sus nombres a las calles.

Por aquel entonces montamos la banda. Ni puta idea de tocar pero con uno una mala ostia que asustaban al más Rambo del barrio. No como ahora donde todo es pedantería. Recuerdo los primeros acordes. Bombas de rabia incontenible. Velocidad de vértigo en la forma de pasar por la vida. Empezamos en un sótano de la vieja del bataca. Su abuelo criaba conejos, pero los vecinos le pegaron el toque por que el portal fukeleaba a saco, así que el viejo del batera le dijo al abuelo que matase los bichos. Así lo hizo. Luego se le veía por la calle andando sin rumbo. Mustio y con cara de conejo, hasta que la próstata o la mixomatosis se lo llevaron.

Limpiamos la mierda de los orejones y en pocas semanas lo llenamos con la nuestra propia. Chustarras de porros, cascos de litronas, amplis viejos, guitarras que sonaban a culebra venenosa, canon-canons remendados con cinta aislante y micros que mangamos al barraquero de la chochona. Prácticamente vivíamos allí. Nos drogábamos, follábamos, dormíamos, tocábamos hasta que algún vecino nos daba el toque, trapicheábamos con desidrinas, cola de carpintero, éter, combi, caballo, anfeta y ajos, escuchábamos a Lou Reed y Vómito y escupíamos a una bandera de España, una ikurriña y una del Athletic que alguien colgó de unos clavos. De vez en cuando conseguíamos ensayar una hora con los tres o cuatro menos puestos.

El Pelukas todavía se venía al local y a veces tocaba algo. Traía letras panfleteras y nos decía que teníamos que comprometernos con el emeleneuve, pero el resto pasábamos del rollo. Éramos hijos kinkis de currelas emigrantes. Vivíamos en barrios de estética soviética. En pisos con tabiques como papel de fumar. Alcohol, malos tratos, fichar la cartilla del paro, reconversión, fondos de promoción y caballo por la vena. En verano íbamos a Extremadura y nos llamaban vascos, pero en Bilbao éramos extremeños. Parias en todos los putos sitios. Nada que envidiar a las familias desestructuradas de hoy en día.

Al Pelukas tampoco le gustaba que nos drogásemos y nos daba chapas sobre el tema. Seguía yendo al local pero sabía que nosotros no íbamos a dejar la anfeta y que nos la sudaba si Artapalo y Manuel Fraga se hacían un sesenta y nueve, así que un día ya no se trajo la guitarra de casa. Nos jodió dejarle de lado porque era colega, pero las drogas nos molaban y las patrias no.

En las cosas del barrio sí que tomábamos partido. A nuestra manera claro. Una vez un pavo se acercó al local a pulirnos unas zapatillas guapas sin estrenar que se había chorizao en una zapatería la noche anterior. Ladrillazo al escaparate y las Converse y las Nike que volaron. Nos dijo que tenía más en el maletero de un coche abandonado en el aparcamiento de Sarriko y que las pulía barato.

-Ofertón guapo -decía el julandrón.
-Paga un par y te llevas dos -soltaba con los párpados medio chapaos y una piñata blanquinegra de teclado de organillo parroquial.

Le acompañamos al coche y nada más abrir el maletero empezamos a patearle. Cinco pavos a puñetazos y patadas contra un pobre mangui que no podía amordazar el aullido de su vena hambrienta. El muy notas había paleao la zapatería del barrio. La zapatería de la vieja de nuestro guitarra. El guitarra que estaba en el local cuando se presentó el jambo, nos hizo una señal para seguirle el rollo. Cuando vio que todo el botín estaba en el maletero fue cuando lo tumbó de un bofetón y empezamos a ostiarlo.

-Te vamos a enseñar puto yonki de mierda.
–Sí, para que robes a nuestras viejas hijoputa.
–Darle bien. Que aprenda a respetar.
-Si, reventarle la puta cabeza a ese maricón hijodeperra.

Dicho y hecho. Alguién saltó sobre la cabeza de aquel desgraciado y se acabó el mono, el ofertón y todo. Pillamos las zapatillas y nos piramos. Eran las dos de la noche de un martes. El Correo habló de un ajuste de cuentas por tema de drogas y la madera le colgó el marrón a uno de los del dispensario de metadona, que no quiso hacerse chota de la pasma. Había sido el primer BBC que conocimos. Un mulero. Bogotá-Barajas-Carabanchel. A pocos meses de haberse chupao dos años cuatro meses y un día, se comió nuestro marrón en el maco de Basauri y nosotros seguimos limpios y con la vieja del guitarra inflándonos a churros y chocolate del que no se fuma.

El yonki que nos cargamos vendía klinex en el cruce de Enekuri y en el semáforo de Cantalojas. Meses antes le habíamos hecho un favor. Un julai en un pedazo de buga, le pillaba klinex. Se lo fue camelando y un día le invitó a subir para ir a una fiesta. En el asiento trasero iba otro pavo medio sobao. Lo llevaron a un descampado y la bella durmiente despertó del sueño. Era un armario tocho de cojones que lo tuvo bien amarrado para que el conductor le diese bien por el culo. Cuando se aburrieron de follárselo a turnos, le metieron unos cuantos viajes con el gato del coche y lo dejaron sangrando de la cabeza y el culo, pero consiguió arrastrase a la zona de desierto Erandio y pedir ayuda.

Un día que íbamos a la palanca a pillar, les reconoció en Barrenkale en plena Aste nagusia y aplicamos el correctivo. Nadie tocaba a nadie de nuestro barrio sin pagarlo. En cuanto olieron que íbamos a por ellos empezaron a patear buscando refugio en Dos de mayo, pero los ligamos nada más pasar la ría. En nuestro terreno. Al chofer le partimos la cara a puñetazos. Al armario ropero le tiramos la tapa de una alcantarilla a la cabeza después de inflarlo a ostias con botellas y una papelera. Le hubiésemos salvado de otras, pero lo de chorar a la vieja de uno de los nuestros no podía ser.

He tenido suerte y nunca hasta el momento me he comido un marrón. Ni mío ni de otro. Incluso cuando Pelukas empezó a pasearse por el barrio con una fusca bajo la cami del gaztetxe y luego de que los fachas matasen a Muguruza y anduviera pintando por el barrio: Herria ez du barkatuko. Yo ya había pasado por el euskaltegi de Larrako y le dije que se le había olvidado el ergativo. No tenía ni puta idea de lo que era eso, así que le dije que pondría una K después de herria. Que una cosa era ser un gudari maketo y otra analfabeto. Se me chinó, me miró fijamente a los ojos y tuve que recular con la mirada, pero hizo caso y el spray volvió al rescate del ideal y de la ortografía.

La pipa se la jilé un día que íbamos de potes por Luzarra. Le vi metida en la cintura, unas cachas con las siglas. Lo saqué del garito y le agarré de la pechera con la mejor intención. En plan colegas y eso.

-¿Qué cojones andas?, ¿De quién es la cacharra?
-Tranqui Jhonny es mía, que ahora estoy dentro de la organización –Me saltó.
-¿Que pasa?,¿Pero tu estas atontao o que? -le dije a cinco centímetros del careto.
-Alguien tiene que hacer algo ¿No?
-Si pero no tu pedazo de subnormal. Tu no tienes ni oficio, ni beneficio, ni graduado escolar. ¿Que revolución vas a hacer tu? ¡Tu padre era un puto aceitunero muerto de hambre en Jaén y tu vieja es una puta beata de Burgos! ¡Cojones! ¡Te llamas Lucas Vinagre González y de repente eres vasco de la ostia!

-Suéltame quetemepico aquí mismo- me dijo al tiempo que posaba el hierro en mi entrecejo. El Pelukas había pasado de ser el saco de las ostias de la cuadrilla, a tener dos cojones, sin necesidad de mecanografiar doscientas pulsaciones por minuto, ni de graduado escolar, ni pollas en el primero de sus apellidos.

Nuestras miradas se soldaron durante unos segundos y volvió a doblármela por segunda vez en mi vida. Luego continuó: 

-Solo tengo que pegarte un tiro y llamar a egin. Digo que eras parte de la estrategia represiva española empeñada en aniquilar a la juventud vasca y listo, un traficante menos, la gente contenta, los del bar a callarse la boca, los gilipollas del gesto a hacer un circulito en la facultad de Sarriko, unos cuantos titulares de los fachas del Correo y telenorte y así hasta liberar Euskadi de gentuza como tu. Hasta tu vieja que es de nuestro rollo y que sabe la basura que eres, nos iba a aplaudir.

-Ulertzen Jontxu?
-Bai, tranquilo colega. No pasa nada. Si sabes lo que haces por mi está bien. Perdona tronco.

El hierro volvió a incubarle los huevos y volvimos a entrar en el bar. Me metí un tirillo en el baño y saqué una ronda a mis colegas. Pelukas aceptó el trago e intuí que volvía a buscar la línea de flotación de mis ojos, pero mis pupilas no estaban para pulsos. Supe entonces, que aquel chaval al que había corrido a collejas por el barrio, el tonto de la clase, el inocente al que robaba su paga para pillarme chicles boomer, sería capaz de pegarme un tiro, dejando un casquillo de nueve milímetros como firma.

La banda fue creciendo. Los ensayos eran casi diarios y con la misma peña. Empezaban a salir temas. Primero versiones del Solidarity y del God save the queen y luego temas propios. Pulimos dos mil copias de nuestra primera maqueta en tan sólo una semana y sin salir del Botxo. Cuando las cintas TDK de noventa, con celo en las pestañas, eran nuestros emepetreses. Empezamos a tocar en todas las esquinas. La fama nos precedía allá donde fuéramos. En cada bolo había problemas. Peleas, navajazos, la policía caneándonos, altercados con comerciantes y vecinos y cartas al director en el Correo y Deia.

Atraíamos a tres o cuatrocientas personas que nos seguían allá donde fuéramos. Gente torcida. Auténticos sacos de problemas, con las intenciones más negras que sus chupas de cuero. Los ayuntamientos nos vetaban. Teníamos problemas con los organizadores de los festis y en Burgos la catedral apareció decorada con frescos a brocha gorda. El Miguel Angel en cuestión dejó el nombre de nuestra banda sobre la sillería centenaria, junto a cruces invertidas y el deseo de que la dieta de los leones se enriqueciese con carne de cristianos. La prensa fachorra nos acusó de escarnio a la religión católica. La prensa progre de apología del terrorismo y los de egin pasaron de nuestro culo porque tenían que defender otros traseros mas revolucionarios que los nuestros.

Nos metimos en un local nuevo, alquilado con unos pavos que al principio eran guai pero que luego les tuvimos que partir la cara no me acuerdo porqué. Hicimos una gira por Europa y a la vuelta firmamos nuestro primer contrato y grabamos un disco en condiciones, que veinte años después sigue vendiendo y que se ha convertido en un puto mito del punk. Uno mas. Guardo una copia en vinilo, ahora que los niños miran un LP como el que presencia un platillo volante, para preguntarte después que cuantos gigas tiene.

La cosa iba bien. Nos metíamos bien de caña pero ensayábamos y respondíamos en los festis. Volvimos a grabar otro LP y hasta lo reseñaron en el Maximum R´N´R. El que nos lo tradujo del fanzine decía que ponían que nuestra música era como un coche bomba de los separatistas vascos, que éramos auténticos punks y no sé cuantas cosas mas. Se pulieron un montón de copias y el master se lo fueron vendiendo de sello a sello sin que viésemos un puto chavo de los royalties. Así espabilamos y el siguiente lo grabamos por nuestra cuenta. Cuando la discográfica mordió el cebo le dijimos: ni royalties ni ostias, cuatro millones de pelas y os pasamos el master. A los quince días cada miembro de la banda pilló por primera vez un kilo. Con dos cojones.

Eramos una bomba y necesitábamos espoleta. Y la tuvimos. Sucedió todo el mismo día por extraño que pueda parecer. Yo tenía que renovar el denei para formalizar el contrato con Discos Frenétikos. Me abrí para la comisaría de la madera y a cien metros vi como dos chorbos aparecían en una moto, el que iba de paquete, descerrajó cuatro tiros al madero de la puerta y se najaron en dirección Erandio. Era el mismo madero que me había dado la cita para el DNI. Un borrachín que me caía bien porque tenía los cojones de animar al Madrid contra el Athlétic en el bar “Los leones”. Aquel día me quedé sin imprimir la huella.

Cuando fui a casa para decirle a mi vieja que gracias a sus coleguitas me había quedado sin carneto y sin poder pillar el kilo, me la encontré llorando con una camisa de mi viejo en las manos. Tenía carmín en los cuellos. Al parecer a parte de traernos pósteres del Benfica, se follaba a putas en la cabina del camión.

Me piré. No quise escucharla. La calle ahora era un enjambre de txakurrada. Uniformada y de paisano. Mogollón de maderos, círculos de tiza en el suelo alrededor de cada casquillo, una sábana llena de sangre, las viejas en las ventanas, los comentarios de no hay derecho, ya está bien, asesinos o esto se arregla con la negociación, mezclados con los gritos de la pasma. Fuera de aquí, disuélvanse coño, la madre que les parió hijosdeputa. El cielo era gris. Gris fabril y reconvertido. Gris húmedo y desesperanzado. Plomo puro. Hoy Bilbao sigue siendo gris, pero es un gris titaneo, cool, moderno y con pasta.

Busqué refugio en el local. Noté que alguien había movido mi ampli. No me gusta que me toquen el equipo. Tras él y bajo un montón de hueveras, de las que habían sobrado para insonorizar el local se intuía una bolsa de deportes. Era como la que el Pelukas llevaba al polideportivo. Era la del Pelukas, solo que en vez de ropa, aparecieron fuscas, munición, detonadores, zutabes, jotakes y varios cartuchos de goma dos. Había un manojo de papeles con nombres y fotos de gentuza con corbata. Estaba también la del madero muerto y un comunicado escrito a máquina, con la k sobresaliendo de las demás letras. Hace muchos años, por cierto, las máquinas de escribir sonaban a metralleta.

Con todo el marronazo en las manos alguien entró como un huracán al local. Era nuestro bataka, con una botella de champán Dubois del chungo, que se estrelló contra el suelo, al verme pertrechado de pirotecnia variada. Se había librado de la mili tras quince días en el tribunal de Burgos papeándose el fósforo de cerillas machacadas, chupando tiza para provocarse fiebre, haciéndose el loco, gritando, babeando y cagándose encima y tenía ganas de celebrarlo. Nos miramos sin vernos y el champán derramado en el suelo, nos crionizó los cojones como a Walt Disney.

Salimos del local con la bolsa al hombro. Como quien va a jugar a futbito a la cancha. Pasamos por la acera frente a toda la movida de ambulancias, DYA, coches patrulla, el fotógrafo del Correo y politicastros hijosdeputa que rentabilizan cada fiambre. Hoy en día eso es lo único que no ha cambiado. El espectáculo obsceno de plañiderismo a cambio de minutos de protagonismo y de putos votos que los aúpen en unos casos o que los mantengan en la poltrona de coche oficial, dietas, sueldazo y jubilación al ciento por ciento con cuatro años cotizados en el cargo. Ójala revienten todos. Mamones.

Pero sigo con la peli. Salimos del barrio buscando la ría y justo en el momento de lanzar la bolsa surgió bajo el puente de Rontegi un ritmo rojo a toda ostia que clavó sus frenos en nuestros talones. La bolsa se hundió en el agua aceitosa y negra al mismo tiempo que del coche surgieron el voceras y el guitarra con una flipada de tripi de doble gota directa al bolo, vía ocular.

-¡Subid troncos que somos el equipo A!

La mitad de la banda acababa de desmantelar un zulo, cuando supimos que la otra mitad, yendo al banco a ingresar parte de la pasta de la compañía discográfica, se comió un ajo, empezó a flipar, que a ver si había cojones de atracarlo, que si sí que si no, la cosa es que se pusieron dos bolsas del eroski en la cabeza con dos agujeros hechos en el plástico, empuñaron una olla a presión de la vieja del cantante, que tenía lentejas dentro y sin dejar lo suyo se hicieron con otro par de kilos en el Central Hispano. Aquí dentro hay mucho hierro. O nos dais la pasta o reventamos todos hijosdeperra, debió ser la fórmula empleada ante la cajera.

Cuando la noche llegó y el barrio intentaba recuperar el resuello, un bombazo nos encogió los huevos. El bar Miami, donde solíamos trapichear, se fue a tomar por culo. Supe que el Pelukas no tardaría en acudir al local para seguir limpiando Euskadi a base de cacharra y goma dos. No perdía el tiempo y después de lo del zulo, intuía que a mi nuca se le iban a abrir los poros. Además por aquellos años yo era un trapichero, yonki e hijodeputa y no me apetecía ser encaramado a los altares democráticos, como un buen chico, estudioso, amigo de sus amigos y siempre dispuesto a echar una mano, que había sido vilmente asesinado por la sinrazón de los terroristas y todas esas chorradas que dicen los putos periodistas de mierda, cuando te matan “los malos”.

En aquel tiempo triste, el Pelukas y otros muchos creían que luchar merecía la pena. Aunque acabasen en el anatómico forense con seis balazos en la cabeza y el tórax. Que cambiarían el mundo y librarían a la humanidad de la explotación del hombre por el hombre. Hoy hablamos con el manos libres, mientras vamos camino de la peluquería para mascotas, sin detenernos ante un desgraciado caído en la acera, porque nos repugna su tez oscura y porque que para eso ya están los del SAMUR. O mejor la policía, para que los echen a su país con una buena mano de ostias.

A nadie se le ocurriría hoy en día, matar y morir por la liberación de la patria y de la clase obrera. El mítico Che Guevara, que sabía que para parir un mundo nuevo había que cepillarse a los malos y que dejó su pellejo en ello, sólo es imagen para camisetas del Corte Inglés. Los héroes de hoy en día son el chiriflautas de Bisbal, cualquier niñopera caprichoso del Real Madrid, Fernando Alonso, español para todo pero suizo para temas de impuestos y las petardas aspirantes a chupapollas, del G.H.

Sabíamos que al Pelukas no le gustaría ver su arsenal decomisado por Jhonny el hijo de perra y su jauría sarnosa, en lugar de por Galindo. Estaba también lo del atraco y que el negocio musical estaba en Madrid. Así que pillamos el ritmo rojo de la expropiación bancaria, que a su vez había sido agenciado por los del equipo A tripitoso, con el procedimiento de ladrillazo en la ventanilla del copiloto, metimos una cinta en el casete y enfilamos para los madriles. Sonaba Tiempos nuevos, tiempos salvajes, que después de veinticinco años me sigue pareciendo una canción cojonuda.

Antes del truño de O.T. había buenas bandas. Como Ilegales, sí señor. Ahora sólo hay puta mierda clonada y cobarde. Parte de una estrategia desarrollada por los aparatos del estado, la CIA y el Mossad, destinada a convertirnos en zombis subnormales de babilla peremne. Chimo Bayo, King África y Enrique Iglesias son los nuevos jinetes de este Apocalipsis mental. Hace años que nadie encuentra una buena canción en esos vertederos llamados: loscuarenta, emeteuve ó Euskadi Gaztea.

Habíamos llegado a Madrid con el casete rugiendo: Agotados de esperar el fin, cuando alguien que llamó a casa se enteró de que el Pelukas había reventado al intentar poner otro petardo en el banco de Santander. Hoy en día se insufla dinero público a los bancos, pero antes no eran pocos los que querían devolverles el ojo por ojo y el robo por robo. Parece que nuestro socio tenía más zulos aparte del desmantelado y que estaba decidido a ser el gudari del mes.

Luego escuchamos en la radio que estaba muy grave en Cruces, que había perdido una mano y tres dedos de la otra y lo del estallido del globo ocular y que si salía del hospital le esperaba una condena de huevos canos, por tenencia, pertenencia, asociación de malhechores, un asesinato, dos en grado de tentativa, posesión y no sé cuantas jartadas mas.

Nos metimos unas lonchas de speed a la salud de nuestro colega gudari. Podían ladrar que había violado y asesinado a una vieja paralítica, que era pederasta, que comía genitales de bebés y que era la más despreciable de las alimañas de alcantarilla, pero un colega siempre será un colega y se le defiende a muerte. Al menos así eran las cosas en el barrio. Mucho antes del Google y de que los malos luciesen pieles de cordero, claro.

Dejamos atrás al Pelukas y a la guerra que nació antes que nosotros. Teníamos pasta y en frente Madrid.



CENSORES +QUEMADOS, O EL AGUA DE LOS FLOREROS. Miguel Ángel Sosa


       
CENSORES   

     


Es tan alucinante –y al mismo tiempo tan tristemente previsible- que un organismo público censure el contenido de una página web dedicada a la opinión, a la poesía, a la literatura o al simple –y noble, y valiente- hecho de compartir sueños e inquietudes en una sociedad de cibernautas solitarios, que no queda sino el placer de reírse a carcajadas y consignarlo por escrito. No recuerdo quién dijo que la escritura era el arte de repetir lo evidente; probablemente ese lúcido cascarrabias que fue, que es, Thomas Bernhard. Tal vez me equivoque, pero en fin. Repetir lo evidente. Tomar aire antes de lanzarse a las en ocasiones fangosas piscinas de la realidad. La censura ya es triste como coño de abadesa, e igual de inútil: censurar palabrotas a chavales que viven ahítos de violencia, ungidos de mala leche, atravesados de videojuegos y noticias empapadas en sangre y películas en las que se glorifica un fascismo ramplón de pistolazo, metralleta y bomba, chavales que se han acostumbrado a agredir físicamente a sus propios padres –hay incluso un programa de televisión sobre ello-, y que consumen pornografía como en otros tiempos se consumían gominolas o pipas, y que saben que ni la policía puede tocarlos, gozando de una impunidad guasona, sonriente, espontánea. Chavales que saben de cocaína más que de Lope de Vega y de marcas de alcohol barato bastante más que de lírica contemporánea. Esta estúpida censura, decía, solo pone de manifiesto el ejercicio de un poder supuestamente otorgado en las urnas por millones de ciudadanos de un estado de derecho, en este caso de la autonomía más poblada de España.
         Claro que es más que dudoso que esos ciudadanos hayan votado el derecho a que sus gobernantes ejerzan tal censura, máxime cuando disfrutamos de un Gobierno en el que según no paran de cacarear por activa y por pasiva lo que debe primar es la transpariencia, la integridad, la honestidad. Y ahora, el descojone: correcto que se persigan cosas como la pornografía infantil, los contenidos racistas y xenófobos (que no tienen ya sentido en una sociedad multirracial y multicultural como es, y siempre ha sido, la española), la apología del terrorismo, etc. Hasta ahí todo bien. Pero que se censure a alguien por el hecho de utilizar palabrotas –falta de ponderación en el vocabulario- (que vienen en el D.R.A.E), o recursos como la ironía o el sarcasmo a la hora de expresarse en una página web, manda cojones. Sin olvidar que una sociedad que no sabe reírse de sí misma está doblemente enferma.
         Se aduce que desde las bibliotecas públicas los menores pueden tener acceso a estos contenidos, y por lo tanto el sistema bloquea ciertas páginas. Si uno se da una vuelta por cualquier biblioteca pública de España, los usuarios de ordenadores no son precisamente críos de 6 años recién despojados del chupete, sino chavales jóvenes que responden al perfil descrito más arriba, o que simplemente están intentando hacer algún trabajo, o niñas escribiendo correos electrónicos o mensajitos al noviete al que acaban de dejar en el banco del parque, o señores/ señoras/ señoritas de las más diversas edades consultando cualquier cosa. No hay niños de teta al pie del teclado.
         Lo que sucede es que los responsables de cultura de la Junta no suelen darse un paseo por las bibliotecas como no sea con motivo de alguna inauguración o presentación de lo que sea, es decir, con la sana intención de posar para la foto de turno (foto que nadie va a censurar, por supuesto, salvo tal vez alguno de los medios de comunicación ligados a la oposición).De modo que se limitan a ordenar desde sus despachos que se vigile, modelo Gran Hermano (o Gran Jermano, disho en andalú) el amperaje de la corrección política de los contenidos a los que el usuario pueda tener acceso. Y no estoy hablando de bajarse de Internet orgías en Tailandia (o en Las Rozas) con menores de catorce años, sino de echarle un vistazo a blogs donde se utilizan, con la libertad que supuestamente garantiza la Constitución, palabras más o menos contundentes, pero tan castizamente españolas como los toros o el día de las Fuerzas Armadas. Expresarse libremente es un derecho, como el de tener una vivienda digna o un puesto de trabajo y no ser discriminado por razón de edad, sexo, raza o creencias políticas o religiosas. Pero estos señores, sencillamente, parece que se ciscan en todo ello, alegremente, con la impunidad que les confiere el haber sido votados en las urnas. O dicho en fino: que se están cagando tranquilamente en la puta madre que nos parió a todos, y aquí no pasa nada.
         La democracia es una cosa muy seria, señores, y con las cosas de comer no se juega. Lo digo sobre todo por ustedes, que comen de puta madre a cargo de mi bolsillo y del de unos cuantos millones de vecinos. En tanto que pago impuestos, exijo mi derecho a poder verle una teta a Carla Bruni desde un ordenador de biblioteca pública o de enseñarle a mis hijos la profunda hermosura y plasticidad de un idioma que ciertos meapilas insisten en convertir en tibia leche desnatada. Los mismos que prohibirían a gente como Don Francisco de Quevedo, o al maestro Pérez Reverte, con toda su descarnada valentía sin concesiones. Los mismos que luego se cabrean si salen a la luz las facturas de marisquerías de lujo, tiendas exclusivas, billetes de avión y estancias de hotel con campo de golf y spa incorporado, sin contar las putas que todos, absolutamente todos, incluyendo al mendigo de la esquina, pagamos a base de impuestos directos o indirectos, sea en la ventanilla/ guillotina de hacienda o sea con el cartón de vino comprado en la tiendecilla del barrio. Eso por no hablar de trapicheos con multinacionales o traficantes de armas o de droga que financian lo que haya que financiar a cambio de.
         Censores que no quieren ser censurados. Y no nos detendremos ahora en la censura ideológica con que nos insultan ciertas televisiones, emisoras de radio, editoriales, periódicos o mafias de la fe.
         En resumen: pobrecita la puta que los parió a todos, llamada democracia. Le han salido hijos chulos.



          QUEMADOS, O EL AGUA DE LOS FLOREROS




          En ocasiones, en tantas ocasiones como gotas de lluvia tabaleando en el patio de esta casa solitaria donde escribo, se cansa uno de tanta desesperanza, de tanta ira contenida, de la sordidez vengativa, atrabiliaria y funcionalmente analfabeta del prójimo. Nunca entendí la solidez de la fe de un escritor como Benedetti en el futuro del hombre, esa ciega confianza en el progreso, en el futuro, en un devenir de días mejores. Hace media vida, cuando yo andaba por  los 18 años, la juventud no era este despropósito, esta panoplia de gente quemada, resabiada, escéptica, materialista y agresivamente conformista que nos rodea. No en general, como ahora. Se leía más, se veía menos telebasura, no había Internet al alcance de cualquiera, la gente era más participativa, se tocaba más y se miraba más a la cara. Y sobre todo, tenía los redaños de irse de la casa paterna antes de los 40 años. Se puede entender que la cosa está difícil, qué digo, jodidísima, que no hay trabajo, que los bancos, esas hermanitas de la Caridad, se han convertido en cajas fuertes para los que tienen viruta de sobra y no dan ni cinco duros si no tienes un chalet en propiedad –y a veces ni así-, que los políticos están en lo de siempre, que no es el diálogo entre partidos ni la mejora del gobierno de este desgraciado país de los cojones –y lo digo con rabia unamuniana porque a pesar de todo es mi país, y no hablo de geografía, sino de cultura-, sino retándose a ver quién la tiene más grande y a quién se le nota menos lo que roba con tan sangrante y evidente desparpajo, amparados en leyes que funcionan con la solvencia esquizofrénica de una tragaperras –no hay más que darse una vuelta por cualquier cárcel; que le hablen de leyes contra la violencia de género al hombre que se ha chupado tres años de maco por una falsa denuncia de su exmujer, dada a autolesionarse y a ponerse hasta el culo de copas (el ejemplo es real, dolorosamente real y muy cercano). Pero esta juventud atrincherada en la indiferencia, podrida de PlayStations, teléfonos móviles de última generación, obsesionada con el dinero, con la Visa oro, el coche nuevo, la conexión de banda ancha, la botellona de los fines de semana por decreto no escrito en la que suelen acabar potando una mezcla de whisky con cocacola y vacío existencial –dentro de unos pocos años veremos a gente de veinticinco años con las manos temblonas endiñándose tres copas de Machaco en cada bar de la esquina, y sé de lo que hablo-, esta gente, decía, ¿es el futuro? Por supuesto, estoy generalizando un poco. Pero es una generalización que abarca a un tanto por ciento de jóvenes –y no tan jóvenes- preocupantemente amplio. La expresión popular “beberse hasta el agua de los floreros” pierde aquí su retranca jocosa para convertirse en la amarga certeza de un fracaso prematuro. El sistema educativo, esa mierda complaciente en la que a los profesores los brean a hostias y no pasa nada –porque no pasa nada, y si pasa algo es de risa, y ciertas depresiones no se quitan ni con un quintal de pastillas, sino a lo mejor dándole de hostias a quien te ha agredido-, no ayuda, no sirve, es ineficaz, está obsoleto, es más inútil que la fe en la castidad de cierto arzobispo al que ví hace años en un puticlub de Granada, es la vergüenza de una Europa que nos lleva los cuarenta años de adelanto en que tuvimos bajo palio al César Visionario en muchos aspectos, aunque aquí se coma y se viva, en general, de puta madre y con musho solesito, es, en fin, un cáncer en plena metástasis. Y lo peor es que a casi todo el mundo se la suda.
         De modo que seguiremos viendo pasar coches a toda hostia por la calle, la música a todo volumen, en plan gallito; seguiremos viendo a mendigos quemados vivos por niñatos en los cajeros automáticos, profesoras de instituto apaleadas y grabadas con el móvil de la Maritrini o del Josechu o del Kevin Costner de Jesús –el nombre no es inventado-, padres apabullados, amenazados, chantajeados por un billete de cincuenta aurelios para el sábado noche, colas de miles de jóvenes para los castings de Operación Triunfo 68ª edición o Gran Hermano 7294, estudiantes de Filología Hispánica –si es que sigue existiendo- con faltas de ortografía y estudiantes de Filología Inglesa que no sobrevivirían ni dos minutos en el centro de Londres si no estuviese papá al otro lado del teléfono o de la Western Union, niñas de quince años que tienen dinero para comprarse unos pendientes D&G pero no para condones a la hora de echarle un alegre casquete al chaval que las va a dejar embarazadas, y hasta, se supone que en reacción a tanta falta de bondad y sensatez y generosidad cristianas, Clubes de Castidad –esto no es nuevo-. De modo que renuncio. No me siento viejo, pero sé que tampoco soy joven (hay días que me levanto con 137 años y medio). Y cada día me siento más extraterrestre entre la peña que pulula por las calles. Cada día los entiendo menos. Me resultaría virtualmente imposible escribir una novela sobre la juventud actual (Historias del Kronen, en su día, me pareció el colmo de la ineptitud, y estoy hablando de un libro que fue premiado con el Nadal) por la sencilla razón de que no sé lo que hay dentro de la cabeza del personal, aunque pueda intuirlo, o más bien imaginarlo. Solamente podría hablar de mí mismo y de los de mi generación. No éramos perfectos, para nada, pero éramos otra cosa. Estábamos hechos de otra pasta, aunque también bebiéramos como cosacos y fumáramos como indios cabreados. No teníamos móvil, ni casi dinero, ni por supuesto coche, pero sí que teníamos imaginación, eso que al personal de hoy en día le han amputado a cambio de un bienestar de espejismo, de una felicidad vicaria, de la hipoteca de lo que debieran ser las ilusiones, sueños, proyectos y esperanzas de cualquier joven.
         En el fondo no me extraña que se beban hasta el agua de los floreros. Lo malo va a ser la resaca, que a medida que pasan los años deja de tener piedad. Lo malo va a ser el fin de fiesta, cuando la chati se largue a follar con otro porque uno no esté ya para comprar más pendientes de oro ni otro Hyundai Coupé nuevecito. Lo malo va a ser, como decía Sartre, la hora de las ojeras y de las manos sucias.

 MIGUEL ÁNGEL SOSA



miércoles, 7 de marzo de 2012

SPAM. Odón Serón



Teléfono - Riiing… Riiing… Riiing…

Ramón - Dígame.
Dhzel- Buenas tardes, mi nombre es Dhzel.
R- Buenas tardes Dhzel.
D- ¿Posee usted el número 6263157856 de teléfono móvil?
R- Sí.
D- Hoy es su día de suerte, ha sido seleccionado para un descuento de un 50% en la compra de la nueva Enciclopedia Universal Ilustrada Europea-Americana, la gran enciclopedia del siglo XXI. Una perfecta obra de consulta en lengua española que cubre todos los conocimientos y avances científicos y tecnológicos, historia, biografías, geografía, artes, literatura de España e Hispanoamérica. Una de sus principales novedades respecto a las enciclopedias decimonónicas españolas y extranjeras es la reducción del tamaño de sus volúmenes y la incorporación intensiva de fotografías e ilustraciones en blanco y negro, así como láminas en color. 113 volúmenes a lo largo de 116 tomos, más de 175.000 páginas, 200 millones de palabras, 197.000 ilustraciones en negro, 4.500 láminas en color, 5.000.000 de citas bibliográficas y 100.000 biografías. Algo más de cien años después de su primera publicación, creciendo día a día, tomo a tomo, están al alcance de su mano un 50% más barato, es decir, a mitad de precio. Además, con la adquisición de esta maravillosa obra de consulta, le regalaremos un mueble especialmente fabricado en roble macizo para su almacenamiento, con siete departamentos diferentes para diferenciar cada uno de los apartados que la componen. Por si fuera poco, querido cliente, sumamos a nuestra oferta 53 cedés de música clásica; desde Tomaso Albinoni a Johan Sebastian Bach, desde Georg Friedich Händel a Ludwig van Beethoven o desde Wolfgang Amadeus Mozart a Antonio Vivaldi. Su casa se perfumará con Las cuatro estaciones, el Adagio, el Canon de Pachelbel o El mesías. No me diga que no es maravilloso, tenga en cuenta que nuestro plazo de suministro es menor a siete días, así que en menos de una semana sus dudas históricas, sus intereses literarios o su amor por el arte, la música y la pintura tendrán una sola referencia: la nueva Enciclopedia Universal Ilustrada Europea-Americana.
R-…
D-…
R- Muchas gracias… pero… tiene usted que comprender... Tengo internet, la Wikipedia, Spotify, Emule…
D-…
R-…
D- Ya entiendo, pero incluye mueble de regalo.
R-…
D- No le interesa, lo veo.
R-…
D- Que le follen, a usted y a su ordenador.

T- Piii… Piii… Piii…

ODÓN SERÓN

martes, 6 de marzo de 2012

DEL PARTENÓN A LAS TORRES KIO, Ernesto Laguna



Escribir un libro es una empresa suicida, editarlo es una tarea romántica... que alguien lo lea es una quimera.

Ramón el bibliófilo se resiste a que el libro desaparezca, pero el ser humano es así de grotesco y paradójico; también entretenido: ¿es posible la vida humana sin libros? Evidente que sí. Antes de la imprenta, el libro no era más que patrimonio y preocupación de una minoría irrelevante, pajilleros de la época; después del ordenador, será superado el soporte papel (miremos el lado positivo: se ahorrarán muchas vidas vegetales inútilmente sacrificadas, como en su día se ahorraron al abandonar el pergamino las vidas animales) y más allá de la discusión meramente formal sobre qué es lo importante, si el contenido o su presentación, llegaremos a la literatura virtual. Simultánea la aparición del e-libro con la revolución del concepto de autoría, de los derechos diluidos e inaprehensibles del autor (mero vehículo de las ideas, instrumento y herramienta al servicio de un pensamiento que va más allá de quien los tiene en vida y más allá de su nombre tras la muerte).

Todos mis libros podrán encontrarse en e-libro, pero su edición tradicional (infinitamente más rica en términos sensibles) será una reliquia, casi exclusiva del museo (léase biblioteca) en el que agonizan los espíritus y sus estertores.

Es incontestable que el progreso está por encima de las voluntades de quienes lo sufren y/o quienes lo disfrutan; la historia lleva su carro... Siempre queda el refugio de la opinión estética, del subjetivo gusto por algo. Pero hay un hilo conductor, una metamorfosis (no evolutiva) que comunica el Partenón con las Torres Kio; lejos de cargar éticamente los gustos con apelativos de conservadurismo o progreso –sin matiz político alguno- la postvanguardia nos ha enseñado que ya no hay guerra porque no hay antítesis: el nuevo orden estético incluye su propia contradicción, lo que lleva al inmovilismo (aunque todo esté deliciosamente falseado y la falacia gobierne el mundo de las ideas). Como es necesario el metapensamiento y antes de éste el pensamiento mismo, desenmascarar el juego se hace imposible, puesto que el desierto es el único paisaje cuando se trata de sociología cerebral (la raíz puede encontrarse fácilmente en un estudio siquiera superficial de los planes pedagógicos).
 
ERNESTO LAGUNA
 
BLOG DEL AUTOR: ________YA LO PENSARÉ (http://ritualsombrio.blogspot.com)

lunes, 5 de marzo de 2012

EL TELÉFONO QUE NUNCA SONABA. Iñaki Echarte Vidarte.


 

            Eran mis primeros Sanfermines sin mis padres y la excusa era un trabajo que había conseguido en un restaurante de comida rápida. Trabajaba por las tardes, y después íbamos a casa a dejar todo lo que no fueran las llaves y el dinero, a vestirnos de blanco y rojo. Quedábamos siempre en el mismo lugar con otra gente que no trabajaba con nosotros. Todos los días a la misma hora. Evitábamos, durante todo el año, los teléfonos de nuestras casas para evitar preguntas incomodas de nuestros padres. Teníamos 18 años, pero a veces nos comportábamos como si tuviéramos 15.
            La rutina apenas cambiaba. Íbamos a un bar en San Juan, lo suficientemente alejado del Casco Viejo, pero bien surtido de diversión. Coqueteábamos con los extranjeros, nos enamorábamos entre nosotros, nos desenamorábamos a la noche siguiente (o en la misma noche), nos enfadábamos, reíamos sin parar, bebíamos como si no lo hubiéramos hecho nunca (algunos no lo habíamos hecho nunca). Morado calimotxo.
Hablábamos siempre para ir a ver el encierro en directo, pero siempre nos quedábamos en el bar de al lado, que abría a las siete y media y se llenaba de señores mayores que no tenían fuerza para ir a verlo en directo. Después íbamos a ver los bailes regionales a la Plaza de los Fueros. Algunas veces incluso salíamos a bailar entre la gente. Pero siempre acabábamos rebozados en el césped. Verde hierba.
            Dormíamos poco, con la persiana bajada hasta abajo y varios despertadores para no llegar tarde al trabajo. Y esa era nuestra rutina sanferminera. De manera que cualquier día uno se podía reenganchar a cualquier hora. No había pérdida.
            Sólo dos actos eran excepcionales. El chupinazo, que seguíamos desde la Plaza de los Burgos. Morado calimotxo, blanco harina, amarillo huevo, champán caliente. Teníamos un miedo irracional a la masa humana de la Plaza Consistorial, y al mismo tiempo nos fascinaba los gestos desinhibidos de los extranjeros, los pechos desnudos de mujeres rubias, los pantalones desgarrados, la suciedad, ese sonido inhumano de miles de voces humanas gritando sin cesar, el agua que, cayendo desde los balcones, rompía en los cuerpos entrelazados, brillantes y enrojecidos, la música ahogada allá al fondo, el grito milenario “pamploneses, pamplonesas, viva San Fermín, iruindarrok, gora San Fermín”, el contacto de pieles humanas desconocidas, el color, el calor, la excepción de un momento que ningún año es igual.
            El txupinazo.
            El temblor de Pamplona, el grito que se graba eternamente en tu cabeza, la locura infinita, el blanco, el rojo y todos los colores que iluminan la escena, perder el sentido y recuperarlo al instante, la Pamplonesa abriéndose paso. Y el progresivo silencio, la plaza que se va vaciando, el ruido de botellas vacías rodando por el suelo, los charcos de alcohol, las diferentes tonalidades de la ropa, antes blanca, el charco de alcohol en el que te vas convirtiendo, flotas entre la gente, te abrazas a alguien que crees conocer, en la Plaza del Castillo te encuentras a tu tía y finges que no estás borracho, te pierdes, pero no importa porque te vuelves a encontrar con la gente por casualidad, te sientas en una acera, te pisan pero no pasa nada, estás cansado pero la marcha no para. No para nunca.
            Y el mismo escenario siete días después. Visto desde el sofá de casa, con nuestros padres al lado, ya de vuelta, con el teléfono fijo de casa, el único que entonces existía, mudo, con ganas de sonar, pero mudo. El Pobre de mí, con las velas en vasos de plástico, con esa tristeza naranja, con la ropa más negra que roja y blanca, uno de las imágenes más tristes de la Plaza Consistorial. La certeza de que unos kilómetros más allá de ese salón la fiesta continuará toda la noche, fuera de programa. La belleza absoluta, con la dosis necesaria de tristeza. Y el silencio del teléfono, que nunca sonaba, el número que nunca se decía. Que no impedía que nos encontráramos en los mismos lugares de siempre, a la misma hora de siempre, los mismos de siempre.

IÑAKI ECHARTE VIDARTE